Llorado de casa

A la política hay que llegar llorado de casa. La política es fango, hostilidad, confrontación, bronca y juego sucio. Si no sabes moverte en el barro, si no encajas, si tienes mandíbula de cristal y buenas maneras, más te vale buscarte otra ocupación. Y así, de la política irán desertando los corazones buenos, las intenciones limpias. Luego también los bienintencionados que no escurren el bulto, pero no les compensa; los buenos fajadores a los que se les ensucia la conciencia. Al final, en la política solo quedarán los profesionales de la pelea, las almas negras, los trepas, los que solo, y más que nada, quieren poder.

Al fútbol hay que llegar llorado de casa. Es un deporte viril, de choque y fuerza, competitividad pura. Dura. Lo que pasa en el campo se queda en el campo. Si aplaudes, admiras, siquiera toleras al rival, no has entendido nada. Y así el fútbol se convertirá en reducto de ultras, de centrales de codo afilado y delanteros profesionales del engaño. Así, el fútbol será un reducto homófobo, sexista, corrupto. Una burbuja de odio y violencia.

A la oficina hay que llegar llorado de casa. El trabajo es el trabajo. Más profesión y menos emoción. La empresa no te paga para hacer amigos, ni para realizarte, ni para pasarlo bien. Te paga para producir. Y si no te gusta, nadie te obliga a quedarte. Ahí fuera hay mil esperando tu silla. Y así la oficina será ese lugar donde tragar y callar, donde apuñalar o ser apuñalado.

Al hospital hay que llegar llorado de casa. El drama ajeno no te puede afectar. El paciente no puede permitirse que su médica, su enfermero, empaticen con él. No hay necesidad. Ni tiempo. Y así la medicina se vaciará de sentimiento, de abrazos y manos tendidas. Así se convertirá en un trámite burocrático, vacío y hostil.

A Masterchef hay que llegar llorado de casa. La cocina es una guerra. Una guerra con discurso: cuidar el producto, mimar al cliente, sabor, experiencias. Un discurso vacío. Es una guerra en la que el vencedor es, siempre, el sufrimiento de alguien. Cuantos más, mejor. Más grande la gesta.

Basta.

Ya va siendo hora de mandar a toda esta gente a llorar a su puta casa. Y que nos dejen a los demás construir ese mundo mejor en el que podamos llorar donde nos venga en gana. Ese mundo en el que quien nos vea llorar no venga a echarnos la bronca, sino a abrazarnos.

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