El dilema umbilical

Daniela Vladimirova @ Flickr.com
Daniela Vladimirova @ Flickr.com

Dice un amigo que fue la lluvia la que le hizo darse cuenta de que se había hecho mayor. «Mi primer pensamiento fue para la ropa tendida. Así supe que estaba acabado».

En mi caso fueron las fiestas del pueblo y concretamente las carreras de caballos. Algún día fui un niño ilusionado y asomado al balcón. Pero hoy solo me traen a la mente imágenes de animales drogados y bolsas de dinero negro. Por no hablar del monumental cabreo que me agarro cuando cortan el tráfico y me ciegan la puerta del garaje.

Con todo, observo a muchos de mis convecinos en el extremo opuesto. Sacando lustre al traje para la misa mayor y dando vivas a una virgen ante la que sólo se postran en julio. Envueltos en la bandera, cabalgando sobre el apellido e instalados en la convicción de que el mundo entero está pendiente de un puñado de calles.

Digo yo que ni tanto ni tan poco. Mea culpa: algo se habrá podrido en mis raíces cuando leo el programa y bostezo. Cuando he permitido que se rompa el cordón sentimental que me conectaba a la infancia. Y sin embargo, para ciertas inflamaciones patrioteras vengo con el paracetamol de serie.

Unos tendremos que elevar la mirada y otros que bajarla. Si es posible, esquivando el ombligo.

 

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