Una carrera de obstáculos

Te levantas por la mañana. Haces las cosas que se supone que haces cuando te levantas. Y sales de tu (en mi caso) piso. Hoy mismo, el ascensor era un puto infierno. Algún/a graciosete se ha subido al ascensor fumando. Nada, hay que aguantarse, taparse la nariz y salir de ahí cuanto antes. Pero el interior del portal también está apestando. Ay. Acelera el paso.

Abres el portal. Dos personas en el mismísimo portal fumando. Están en su derecho. Es la calle. Esquivo las bocanadas de humo y sigo caminando. Cinco metros más allá, más humo de dos personas que caminan delante de mí fumando, un señor y una señora. Vale. Voy sorteando las bocanadas directas a mi cara como puedo. Porque, por si no lo saben, el humo vuela unos cuantos metros detrás de quienes fuman y los que vamos detrás (o delante, dependerá del día y del viento) nos lo tragamos.

Sigo esquivando.

Antes de llegar a la boca del metro, paso por varios lugares complicadetes. Y eso que para llegar a la boca del metro hago el trayecto más largo, por el que intuyo que hay menos opciones de «fumar gratis». Antes pasaba por un bar que tiene fuera unas lonas en las que quienes desayunan te regalan nubes cargadas de humo. Por allí no paso más.

Cruzo la calle esquivando a quienes van fumando a mi vera (en las paradas de autobús es aún peor, he llegado a quedarme sin sitio por apartarme la última para no tragarme el humo en la parada…).

Antes de llegar a la boca de metro hay una peluquería, una farmacia, un podólogo… siempre hay alguien en la puerta del negocio fumando. Y la puntilla es el bar que hay frente a la boca de metro: ahí cantamos bingo.

Atravieso la nube de humo de los que están en la puerta del bar, me trago el humo de los que tiran el cigarro al suelo sin molestarse en pisarlo o tirarlo en una papelera (sí, esos cigarros también echan humo) y, por fin, llego a la boca de metro.

En más de una ocasión hay gente que entra fumando. O gente que enciende el cigarro antes de llegar a la salida y, como prisionera que eres de ese entorno público (no hay más salidas que esa) te tienes que tragar las bocanadas de esa persona.

El colmo de los colmos es cuando la gente se salta la normativa y fuma en entornos públicos donde no se puede fumar, como estaciones de tren, metro, etc. Yo ahí ya no me callo. Y hay quien me ha llegado a llamar «talibán antitabaco» por el mero hecho de no querer tragarme el humo de nadie. Pero bueno, ya estoy acostumbrada.

El 31 de mayo es el día mundial sin tabaco, que causa casi tres millones de muertes al año solo por las enfermedades cardiovasculares que provoca (del cáncer ya ni hablo). Si se quieren suicidar, allá ustedes. Pero, por favor, déjennos los espacios libres de humo sin humo. Cumplan la normativa. Solo pido eso.

 

P.D.: También está el paseo que te apetece por el campo y el humo de las dos o tres personas que van delante fumando. Te arruinan el paseo. O el de las playas, en las que te tumbas y te tragas el humo de los que están fumando. Encantadores todos. Pero ahí nos tenemos que aguantar. Y luego que si somos intransigentes…

 

 

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