Las golfiantas

Llevo 21 meses tratando de escribir unas líneas sobre dos personajes que no llegan a los 80 centímetros y que han puesto mi vida patas arriba (aunque lo correcto sería decir que han vuelto del revés la tranquila vida de dos familias al completo). 21 meses en los que llevo pensando cómo evitar plasmar el malhumor del cansancio que me invade o caer en las características babas cursis que a todos los padres y madres se nos caen en aquellos momentos de paz, pocos por ahora, pero que los que saben de esto más que yo me dicen que irán en aumento (espero que no me defrauden).

21 meses haciéndome a la idea (y aún del todo no me la he hecho) de que tengo ‘colgadas’ de mí a dos elementas de las que nunca podré deshacerme, ni para ir al baño, y que seguro, por esto de las incoherencias humanas, cuando se despeguen un poco querré que no se vayan. 21 meses en que ni en el mejor ejercicio de proyección vital pude acercarme siquiera al 5% de lo que han sido realmente más de 600 días (¿solo?), un tiempo que en mi apreciación subjetiva es como si hubieran pasado cinco años.

En los primeros meses, fruto del momento de destrucción física, a Vera y a Celia les pusimos el sobrenombre de ‘Las muñecas diabólicas’, pero la presión popular logró que dejáramos de llamarlas así y las renombramos ‘Las golfiantas’. Porque no sé si ustedes tienen en la mente el gesto de un bebé cuando, ya camino de la niñez, hace una gamberrada y es consciente de que la ha hecho. Esa risa maliciosa es la que me provoca últimamente parte de las babas de las que les hablaba, aunque luego tenga que deslomarme por el suelo a recoger tapas, calderitos, muñecas, cochitos… (¿de qué forma pongo freno a tanto juguete, por favor? ¡help!).

Esas babas también se manifiestan en forma de simple sonrisa cuando a la hora de dormir cierran los ojos a posta, haciendo ver que ya están dormidas, para abrirlos de nuevo a los pocos segundos, muertas de la risa, pensando que me han engañado. O cuando pinchan con el tenedor el trocito de tortilla de papas de la cena y, a continuación, en vez de llevárselo a la boca, estiran el brazo fuera del plato como si fueran a ‘suicidarlo’ contra el suelo, y de hecho lo ‘suicidan’. (bueno, bien pensado, esa acción no me provoca muchas sonrisas).

En todo este tiempo no he logrado ser más paciente, no sé si esto es normal, y jamás había pedido tanto a un dios en quien no creo. En este tiempo, además, me he contradicho más veces que en toda mi vida, he hecho todo aquello que me dije que no haría cuando fuera madre (¡qué bonita la teoría!). Al final, por más vueltas que una le dé a la cabeza para encontrar claves a muchas preguntas que no tienen respuesta, lo mejor es dejar pasar, que las cosas sucedan, que crezcan felices y sigan haciendo de las suyas. Eso sí, en mi próxima vida me pido el poder mental de hacer que todo esté recogido en casa sin el mínimo esfuerzo físico.

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