Se dice, se anuncia, que se acaba el carnaval. Hoy se entierra la sardina y, con ella, se dejan atrás los vicios, el libertinaje y la lujuria. Eso dice la tradición, el fuego arrasa con el pasado y de él renace una nueva realidad pura y limpia. El cortejo fúnebre llora y lamenta lo perdido, el negro ocupa las calles y todo se vuelve oscuro hasta que surgen las llamas y la luz nos vuelve a invadir purificando la sociedad.
Pero esto es simplemente eso, un simbolismo, porque si fuera real, si con el fuego se quemara la corrupción, la inmoralidad, la deshonestidad, si se hiciera machuca y limpia con todos los impresentables, aquí se quemaba hasta al más pintado. El cortejo funerario iría vestido de colores y brillos y celebraríamos un fiestón memorable. Pero nos conformamos con imaginar lo que sería y enterramos a la sardina una vez al año quemando la libertad vivida durante unos días en los que sólo importa la fiesta y la diversión, en los que las preocupaciones se aparcan y los carnavaleros entramos en una suerte de hipnotismo donde sólo importa eso, el carnaval.
Pues mira chico, no sé si llamar a un hechicero y que resucite a la sardina. Que regrese el desenfreno y la sensualidad, que nos invada el disparate hasta que el fuego haga justicia o no…